18.12.09

En los años jóvenes veneramos y despreciamos careciendo aún de aquel arte del matiz que constituye el mejor beneficio de la vida, y, como es justo, tenemos que expiar duramente el haber asaltado de ese modo con un sí y un no a personas y a cosas. Todo está dispuesto para que el peor de todos los gustos, el gusto de lo incondicional, quede cruelmente burlado y profanado, hasta que uno aprende a poner algo de arte en sus sentimientos y, mejor aún, a atreverse a ensayar lo artificial: como hacen los verdaderos artistas de la vida. La cólera y la veneración, que son propias de la juventud, parecen no reposar hasta haber falseado tan a fondo las personas y las cosas que le resulte posible desahogarse en ellas: - la juventud es ya de por sí una cosa inclinada a falsear y a engañar. Más tarde, cuando el alma joven, torturada por puras desilusiones, se vuelve por fin contra sí misma con suspicacia, siendo todavía ardiente y salvaje incluso en su suspicacia y en sus remordimientos de conciencia: ¡cómo se enoja consigo misma, cómo se despedaza impacientemente a sí misma, cómo toma venganza de su prolongada auto-obsecación, cual si ésta hubiera sido una ceguera voluntaria! En este período de transición nos castigamos a nosotros mismos por desconfianza contra nuestro propio sentimiento; sometemos nuestro entusiasmo al tormento de la duda, más aún, sentimos la buena conciencia como un peligro, como autodisimulo y fatiga de la honestidad más sutil, por así decirlo; y, sobre todo, tomamos partido, por principio, contra "la juventud". - Un decenio más tarde: y comprendemos que también todo eso - ¡continuaba siendo juventud!


Friedrich Nietzsche, Más Allá Del Bien Y Del Mal.

1 comentario:

esmeralda_jade dijo...

Sabias palabras las suyas don Nietzsche,exactamente lo que pensaba y no sabía como exprearlo.